Cualquier conductor que se acerque por Madrid en un fin de semana o durante una temporada más larga, quizá por ocio o por una nueva etapa de su vida estudiantil o laboral, se encontrará al entrar a la M-30, en su paso por el cruce del Parque de Roma con Moratalaz, con un cartel que reza “De Madrid, al cielo”.
La expresión es uno de los refranes más locales de España y refleja, a pesar de que lo nieguen, el verdadero carácter de los madrileños. Quizá chulos, para los demás; pero verdaderamente orgullosos de su capital.
El origen de tal frase es incierto, pero lo cierto es que se popularizó entre la población como eslogan de la candidatura de Madrid como Capital Cultural Europea en 1992.
Algunas voces la sitúan hace varios siglos, cuando aún no existían las redes de alcantarillado en la región, por lo que la urbe desprendía un olor pestilente a través de sus calles y sólo el cielo podría salvarse en una visita a la misma. Los defensores de esta versión afirman por tanto que la expresión original sería “De Madrid, el cielo”.
Otros sitúan esta frase en torno al siglo XVIII, bajo el reinado de Carlos III, considerado tradicionalmente como el mejor alcalde de la historia de la ciudad. El monarca llevó a cabo numerosas obras de saneamiento propias del Despotismo Ilustrado que eligió como forma de gobierno como redes de alcantarillado y saneamiento, bellos edificios públicos que aún se mantienen en pleno esplendor como el Palacio Real o la Puerta de Alcalá, y el acondicionamiento de jardines y fuentes para los ciudadanos de la época.
Todas estas mejoras podrían haber llevado a los residentes de la época a sentirse afortunados y dichosos y a gritar a los cuatro vientos y sin tapujos el dicho que hoy nos ocupa. Ninguna de estas dos versiones se contrapone ya que el dicho anterior pudo sufrir una transformación debido al cambio de las condiciones que disfrutaron los ciudadanos en su día y que siguen aportando bienestar a muchos madrileños hoy en día.